Tiene el descaro del blues sureño de Sister Rosetta Tharpe, la sensibilidad del góspel de Aretha Franklin y la crudeza certera de Nina Simone. Tiene algo de Smokey, de Otis, Gaye e incluso algo de James Brown. Puede recordar a muchos y, sin embargo, ahí, con su voz crujiendo en cada nota, su físico y sus gafas de pasta protegiendo una mirada herida, su pelo afro y su gigantesca sonrisa burlona masticando las palabras, Brittany Howard es sencilla, libre y exquisitamente, ella misma.
En febrero de 2016, al recoger junto a sus Alabama Shakes el Grammy a mejor interpretación de rock -el primero de los tres que ganaron esa noche- por la canción Don’t Wanna Fight, Howard ya no era aquella niña asustada y traumatizada por la pérdida. Para entonces, aquella joven nacida en una familia interracial que jamás había salido del sur y criada en un tráiler en mitad de un desguace de chatarra, había fundado una de las bandas más prometedoras del momento y era comparada con las grandes voces de la música negra.
Los Alabama Shakes, la primera formación de Howard, nacen a medio camino entre Nashville y Birmigham, en una pequeña ciudad con nombre de capital griega. Pero la Atenas de Alabama no se erige sobre imponentes cariátides ni majestuosas ruinas de la Grecia Clásica, sino sobre campos de algodón, Ku Klux Klan y blues, mucho blues. En el año 2012, el debut de los Alabama Shakes, Boys & Girls, recuperó aquel sonido áspero y fatigado de las primeras melodías sureñas, pero también de todo lo que vino después. Hold On, I Found You, I Ain’t The Same… Bastaron un par de cortes para que la banda se convirtiese en una pista a seguir; un nuevo baluarte de la música de raíces norteamericana que consagró su posición con Sound & Color (2015), un segundo álbum que, desde el desgarro de Gimme All Your Love a la reivindicación de la ya mencionada Don’t Wanna Fight, es aún más crudo, más electrónico, más rock, pero igualmente desbordante de blues.
En 2019, a pesar del buen augurio que se presuponía para los nuevos trabajos de la banda, Brittany Howard decide seguir en solitario, debutando con un álbum que sigue ahondando en las raíces más profundas, ésta vez, las de su propia historia.
En una entrevista para Rolling Stone, Howard dijo que lo que más admiraba de Nina Simone es que «hizo las cosas a su manera, que fue ella misma sin importar lo difícil que fuera conseguirlo». Tiempo después, con motivo de un especial para recaudar fondos para la investigación del cáncer, la artista eligió cantar el tema I Wish I Knew How It Would Be To Be Free, dedicando la actuación a su hermana Jamie.
Desde sus inicios con los Alabama Shakes, Howard ha construido un sonido e imagen basados en la libertad de ser uno mismo, quizás, porque es consciente del tesoro que es haber sobrevivido a la misma enfermedad que le quitó a su hermana mayor cuando ésta sólo tenía trece años. Pero aquella cicatriz; aquella herida física y emocional que nubló para siempre su mirada, no hace de Jamie (2019) un álbum triste si no, más bien, un trabajo basado en la idea de saborear la vida con todos sus tragos, un ecléctico autorretrato lleno de colores y matices. Este es un álbum con una historia y un sonido que, como Howard, huye de categorías cerradas e ideas preconcebidas para explorar todas las direcciones posibles por el simple hecho de poder hacerlo: el sudor y la agitación del funky en History Repeats, el discurso de un predicador en 13th Century Metal, la intimidad de Short & Sweet o el optimismo romántico de Stay High.
Efectivamente, el canto de Brittany Howard tiene el eco de otras tantas voces; voces que supieron reconocer el preciado y jugoso sabor de la vida, y cantaron por y desde la libertad de ser, sencilla y exquisitamente, uno mismo.
#CancióndelLunes


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